Capítulo del documento Convergencias: el trabajo decente y la justicia social en las tradiciones religiosas (PDF), elaborado por la OIT en conjunto con el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) y la Iglesia Católica a través del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, la Organización Islámica para la Educación, la Ciencia y la Cultura (ISESCO), que forma parte de la Organización de la Cooperación Islámica (OIC) y eruditos musulmanes.
El trabajo incide en muchos aspectos de la vida de los seres humanos. El tipo de trabajo que realizan las personas y el trato que reciben repercute directamente en su sentido de dignidad, su solidaridad, su vida familiar y su participación en la comunidad. Una idea cabal del significado del trabajo en las diversas tradiciones religiosas nos permite comprender mejor las diferentes perspectivas sobre las responsabilidades y relaciones entre trabajadores y empleadores, así como las diferentes concepciones de la protección social y la justicia. En esta sección se presentan sucintas exposiciones acerca del sentido del trabajo en cuatro tradiciones: el protestantismo, el catolicismo, el judaísmo y el Islam. A pesar de la brevedad de estos párrafos, es posible encontrar nexos entre estas religiones, lo que a su vez podría contribuir a sentar las bases para el diálogo.
ProtestantismoEl compromiso del movimiento ecuménico con cuestiones relativas al trabajo y la justicia social se remonta a la etapa anterior a la fundación del CMI en 1948. Más de una década antes, la Conferencia de Acción y Vida celebrada en Oxford en 1937 ratificó decididamente los derechos sociales y económicos de los trabajadores. Ello se basaba en la creencia de que en cada persona se puede encontrar la imagen de Dios, razón por la que debe ser tratada con dignidad. Esta creencia ha impregnado muchas de las actividades del CMI relacionadas con el trabajo, que han abordado cuestiones como la discriminación por motivos de raza, casta o género; la migración, tanto por motivos económicos como resultado de conflictos y, sobre todo, la búsqueda de un orden económico internacional justo. Ya en la década de 1980, el Grupo Asesor de Trabajo y Empleo sobre temas económicos planteó la cuestión del "crecimiento sin empleo". En la Asamblea de Harare de 1996, el CMI recomendó que el problema de la globalización económica debía ocupar un lugar central en la labor ecuménica y exhortó a "adoptar un enfoque más coherente frente a esas amenazas, y a promover una vida digna en el marco de comunidades justas y viables". En años posteriores, el CMI ha criticado los supuestos en que está basado el actual orden económico, incluida la feminización de los problemas laborales, las políticas comerciales, las repercusiones del cambio climático sobre los medios de subsistencia de los pueblos indígenas y los efectos de la globalización del capital sobre el desempleo y la agricultura. Ello se ha traducido en una serie de campañas, incluida la campaña mundial de 2002 sobre "el comercio al servicio de las personas", que propugnó "el reconocimiento de que los derechos humanos y los acuerdos sociales y ambientales tienen prioridad sobre los acuerdos comerciales".
Catolicismo
En la doctrina católica, el significado del trabajo se deriva del significado de la vida del ser humano. El hombre y la mujer son llamados a participar en la Providencia divina respecto a las otras cosas creadas, la naturaleza, el medio ambiente y todo lo "visible y lo invisible". Esa relación abarca todas las actividades humanas como la agricultura, la industria y los servicios de la administración pública. Ello fue reiterado por Juan Pablo II en Laborem exercens (LE): "En la palabra de la divina revelación está inscrita muy profundamente esta verdad fundamental, que el hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra del Creador, y según la medida de sus propias posibilidades, en cierto sentido, continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada vez más en el descubrimiento de los recursos y de los valores contenidos en todo lo creado."(LE 25).
El trabajo aporta alegría y satisfacción, pero también va acompañado de dolor y sufrimiento. "Si bien es verdad que el hombre se nutre con el pan del trabajo de sus manos, es decir, no sólo de ese pan de cada día que mantiene vivo su cuerpo, sino también del pan de la ciencia y del progreso, de la civilización y de la cultura, entonces es también verdad perenne que él se nutre de ese pan con el sudor de su frente; o sea no sólo con el esfuerzo y la fatiga personales, sino también en medio de tantas tensiones, conflictos y crisis que, en relación con la realidad del trabajo, trastocan la vida de cada sociedad y aun de toda la humanidad" (LE 4). La doctrina social católica siempre ha prestado mucha atención a las condiciones de trabajo y a la manera de incorporar los principios de la justicia en el trabajo.
La solución más apropiada para incorporar los principios de la justicia en el trabajo es prestar atención a la dimensión subjetiva del trabajo. La dimensión objetiva experimenta cambios radicales con el paso del tiempo, con el desarrollo y la expansión de la tecnología, la producción industrial, la comunicación y el comercio. Sin embargo, el "ser humano es el sujeto del trabajo" y la finalidad de toda acción humana es la de servir y nutrir a la humanidad. Por lo tanto, el trabajo no es una mercancía, ni puede ser tratado como tal. Sin embargo, hay un riesgo en considerar el trabajo como una especie de "mercancía" o una "fuerza impersonal" como advirtiera el Papa Juan Pablo II.
Por último, una expresión del sentido del trabajo se puede encontrar en el debate sobre los salarios. La doctrina social de la Iglesia ha insistido siempre en que el salario justo no puede limitarse solo a la tarea realizada. Los salarios deben garantizar a los trabajadores y sus familias una subsistencia por encima de la línea de la pobreza, que les permita disponer de lo necesario para satisfacer las necesidades de alimentación, alojamiento y descanso, y para hacer frente a las responsabilidades familiares, incluida la educación de sus hijos.
En árabe, el equivalente de "trabajo" es "camal", palabra que hace referencia a una forma de adoración en un amplio sentido islámico. Desde esta perspectiva, en el Islam los rituales de culto no se satisfacen solamente con la oración, el ayuno y la peregrinación, sino que incluyen también el trabajo lícito. En el Corán leemos que: "realmente a los que creen y practican las acciones de rectitud, el Misericordioso les dará amor» (19/96). Varios hadices (dichos del profeta Mahoma) reiteran este punto de vista. Como dijera el Profeta: "quien, al final del día, está agotado por el trabajo realizado con sus manos, recibe el perdón divino" (Tabarani). En el sentido estricto de la palabra, no se anima a los musulmanes a dejar de trabajar y ganarse la vida, incluso para adorar a Dios.
Otro equivalente cercano en árabe de la palabra trabajo es "sutf" que significa la creación y producción de artesanía. En la tradición islámica, hay diferencias significativas entre los actos de Dios y los de los seres humanos. A diferencia de los actos divinos, los actos humanos no son en ningún caso creación ex nihilo, sino transformación, a veces de manera creativa: materia en materia, materia en energía, energía en materia o energía en energía. Por otra parte, Dios no espera recompensa. Sin embargo, el trabajo humano está motivado por la recompensa y se lleva a cabo a cambio de salarios (denominados ajr en árabe) que proporcionan el sustento de los trabajadores y sus familias. El trabajo también puede incluir obras de caridad no remuneradas; la bondad se ve recompensada en el más allá.
En la tradición islámica, el trabajo representa un esfuerzo y se considera una carga positiva, no una carga negativa. Toda actividad se considera trabajo si tiene un sentido, está guiada por un fin y se lleva a cabo de manera lícita. Es ilegal toda actividad perjudicial, incluso si produce considerable riqueza.
La perspectiva del judaísmo acerca del sentido del trabajo está basada en tradiciones orales y escritas cuyo conjunto determinan las perspectivas judías sobre la justicia social y laboral. Para el judaísmo, el trabajo es un privilegio y una obligación. Las personas tienen un sentido de dignidad cuando tienen un trabajo acorde con sus capacidades y su creatividad. El trabajo es un derecho fundamental que garantiza el sustento personal y es un medio para servir a Dios.
En hebreo hay dos palabras relacionadas con el concepto de trabajo - melakhah y avodá. La primera significa "el enviado de un rey" y puede emplearse para describir a los ángeles que trabajan al servicio de Dios. La segunda puede hacer referencia tanto al trabajo de un peón como al servicio en el Templo. De hecho, la palabra avodá puede referirse también al trabajo de los esclavos. El vínculo entre trabajo y esclavitud que encierra esta palabra demuestra el posible desplazamiento semántico entre trabajo destinado a glorificar a Dios y trabajo destinado a servir a un amo. El ser prisionero del trabajo puede ser elección individual u obedecer a un factor externo. En cualquier caso, el judaísmo rechaza la esclavitud, principio que tiene su raíz en la esclavitud de los judíos en el Antiguo Egipto. Se cree que el trabajo bajo coacción es causa de desigualdades sociales. Como medio de lograr la igualdad, la tradición judía describe los derechos y las obligaciones de los empleadores y de los trabajadores. Tomados en conjunto, los significados de melakhah y avodá muestran la fluidez del concepto del trabajo en el judaísmo. El trabajo permite tanto glorificar a Dios como aportar una contribución a este mundo.
Budismo
Muchos budistas reconocen que el trabajo tiene dos funciones principales. En primer lugar, permite a la persona ganarse su sustento y garantiza su autonomía. Los budistas consideran que la independencia financiera es un acto de generosidad, porque el resto de la comunidad no asume la carga que supondría mantener a la persona. Esta generosidad se manifiesta también cuando el trabajo permite a las personas mantener a sus hijos en condiciones sanas y estables. En segundo lugar, el trabajo promueve el desarrollo y el crecimiento personal. Buda aconsejó a sus seguidores poner diariamente a prueba sus enseñanzas y examinar continuamente el significado de las mismas. Las tensiones en la vida cotidiana y las acciones en campos como la política, la economía y la vida familiar provocan reacciones emocionales. A través de esas tensiones, los creyentes experimentan la veracidad de las enseñanzas del Buda.
El significado que atribuimos al trabajo depende en gran medida de la intención que lo anima. Si bien la evaluación constante de las responsabilidades y las contradicciones de la vida puede resultar algo agotador, este proceso también nos permite comprender el sufrimiento, tanto propio como ajeno. A través de ese sufrimiento podemos darnos cuenta de hasta qué punto estamos en contacto con nuestro ser interior y comprender cómo las emociones pueden obnubilar nuestro juicio.
Muchos budistas reconocen que el trabajo tiene dos funciones principales. En primer lugar, permite a la persona ganarse su sustento y garantiza su autonomía. Los budistas consideran que la independencia financiera es un acto de generosidad, porque el resto de la comunidad no asume la carga que supondría mantener a la persona. Esta generosidad se manifiesta también cuando el trabajo permite a las personas mantener a sus hijos en condiciones sanas y estables. En segundo lugar, el trabajo promueve el desarrollo y el crecimiento personal. Buda aconsejó a sus seguidores poner diariamente a prueba sus enseñanzas y examinar continuamente el significado de las mismas. Las tensiones en la vida cotidiana y las acciones en campos como la política, la economía y la vida familiar provocan reacciones emocionales. A través de esas tensiones, los creyentes experimentan la veracidad de las enseñanzas del Buda.
El significado que atribuimos al trabajo depende en gran medida de la intención que lo anima. Si bien la evaluación constante de las responsabilidades y las contradicciones de la vida puede resultar algo agotador, este proceso también nos permite comprender el sufrimiento, tanto propio como ajeno. A través de ese sufrimiento podemos darnos cuenta de hasta qué punto estamos en contacto con nuestro ser interior y comprender cómo las emociones pueden obnubilar nuestro juicio.
Texto completo disponible en http://www.pcgp.it/dati/
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