miércoles, 2 de mayo de 2012

Cuatro valerosos desafiaron la muerte en Bojayá



El padre Antún, la hermana María del Carmen, y Domingo y Minelia son cuatro héroes de la tragedia de Bojayá.

El musgo se apoderó de lo que fue la escuela y el hospital, la hierba reventó las tapias y en la cancha en la que se escucharon tantos gritos pueriles de gol, los tubos de las arquerías hoy se caen a pedazos. Pese al olvido, el viejo Bellavista, en Bojayá, es considerado un santuario en el que hace 10 años la muerte quiso hacer ronda para llevarse todo lo que encontrara a su paso. Y casi lo logra, solo que se encontró con cuatro valerosas personas que le hicieron frente.

Las historias del padre Antún
Aquel aciago dos de mayo la iglesia San Pablo Apóstol, en Bojayá, se hallaba atestada de personas que buscaron refugio. Afuera, los enfrentamientos entre los paras del bloque Élmer Cárdenas y los guerrilleros del bloque José María Córdoba, arreciaban. En el templo, el padre Antún Ramos cargó con la responsabilidad de mantener serenas a 400 personas. No tuvo más remedio que orar y contar historias. "Me imaginé la película la Vida es Bella, en la que el padre le enseña al hijo que la guerra es como un juego y quise aplicarlo. Les dije que nos tomáramos de las manos y oráramos. Contamos algunas historias y por momentos, se olvidaron de las balas que cruzaban por encima".

Pero las historias fueron interrumpidas por el estruendo de las pipetas lanzadas desde un extremo del pueblo. La primera cayó a las 10 de la mañana sobre una de las viviendas. El segundo cilindro aterrizó detrás de la escuela, pero no estalló. A fuera, un guerrillero le advirtió a alias "Silver", comandante encargado de realizar el ataque, que los paramilitares se movían y que había gente en la iglesia. Pero "Silver" hizo caso omiso y dio la orden de que tiraran la otra pipeta. A las 11 a.m., el artefacto entró por el techo de la iglesia y se detonó, asesinando a 78 personas, de las cuales 48 eran niños.

Todos se llenó de humo negro y polvo anaranjado. Un terrible olor a pólvora invadió el templo. El cielo se oscureció. Sin brazos ni piernas y con un rostro de indignación quedó el Cristo que aún hoy se conserva. "En ese momento yo les dije que saliéramos porque nos iban a matar a todos. Una señora me dijo que ellos salían si yo iba adelante, entonces yo saqué una bandera blanca y me fui de primero", recuerda Antún. Salieron gritando que eran civiles y que les respetaran la vida. Fue así como el padre Antún distrajo a su pueblo de la guerra.

La valiente María del Carmen
Los guerrilleros lanzaron un cuarto cilindro que cayó detrás de la casa de las hermanas Agustinas Misioneras, la misma a la que los paramilitares trataron de entrar. De su cuerpo menudo y sus pequeños brazos, la hermana María del Carmen Garzón sacó fuerzas de donde no tenía y se apostó en la puerta junto con las otras hermanas. Desde adentró le dijeron a los paramilitares que no podían meterse allí "porque teníamos 130 civiles que no hacían parte del conflicto y que quedarían en peligro". Al volverse al corredor, encontró los cuerpos de varias personas agonizantes. "Comenzamos a atenderlos. Se hacía lo que podía porque la gente corría de un lado para otro buscando esquivar los disparos que seguían en el aire. Fue muy duro. Sentíamos impotencia al saber que tanta gente necesitaba ayuda".

Minelia, la auxiliadora
En el nuevo Bellavista dicen que a Minelia "le falta un tornillo". Ella se la pasa sentada en su vivienda de madera acabada por el agua y el sol, hablando de los muertos que vio en Bojayá y que dice fallecieron ahogados. Lo que no recuerda en su oscuridad mental es que ella fue una de las pocas personas que se dedicó a salvar vidas. A Minelia no le importaron los riesgos, tal vez en parte porque no tenía la conciencia tan diáfana. Después de la explosión de la pipeta en la iglesia, preparó agua con sal y se las dio a los heridos, aún en medio del fuego entre paras y guerrilla. Ella no recuerda su acto heroico, pero en Bojayá todo el mundo lo sabe y se lo agradece.

Domingo el cantante
A Domingo Valencia , diez años después, nadie en Bojayá le ha agradecido por enterrar a las víctimas. Y no le importa, porque, "las gracias de los muertos valen más que la plata que dan los ricos", dice. Tres días después de la tragedia, Domingo fue hasta su pueblo a cantarle a los muertos, desafiando incluso a los guerrilleros que ya se habían tomado el caserío. Cuando llegó no tuvo fuerzas para ver "toda esa 'carnazón' pegada de las paredes" y por eso le pidió un aguardiente a su acompañante para levantar los cadáveres que comenzaban a descomponerse.

Como pudo, cogía manos y pies y los ponía junto a los cuerpos a los que creía que le pertenecían. "Tuve que sacarlos en bolsas negras y ponerlos en un barco para irlos a enterrar. La gente no pudo llorarlos, pero yo lo hice por ellos y les canté los alabaos", recuerda el Cantante, como es conocido Domingo. Los muertos de Bojayá terminaron en una fosa común. Pero hasta en esa última morada estuvo Domingo.
  • 78 personas murieron en Bojayá el 2 de mayo de 2002, de los cuales 48 eran menores.

ANTECEDENTES

LAS PROMESAS NO CUMPLIDAS
Hoy hace 10 años que guerrilleros de las Farc en su afán por acabar con los paramilitares lanzaron cuatro cilindros cargados de metralla y explosivos en el pueblo de Bojayá. Para la conmemoración, los bojayaseños invitaron a una comisión del Gobierno Nacional para discutir las promesas que les hicieron años después y que no se han cumplido. Ante la ausencia de este, habitantes de Bojayá y Vigía del Fuerte se declararon en asamblea permanente y permanecerán en el coliseo del municipio hasta que haga presencia un representante con poder de decisión.


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